Conoce a nuestros habitantes y sus historias

Bienvenidos a la familia de Món La Bassa, donde cada habitante tiene una historia única de resiliencia, ternura y superación. Aquí no solo viven animales rescatados, sino también almas que nos enseñan, día tras día, el valor de la libertad, el respeto y el amor incondicional.

Cada uno ha llegado desde un lugar diferente: algunos escaparon del abandono, otros fueron rescatados de situaciones de maltrato, y muchos simplemente necesitaban un lugar seguro para empezar de nuevo. En Món La Bassa han encontrado ese refugio, y nosotros, a cambio, hemos descubierto en ellos una fuente inagotable de inspiración.

También llevamos en el corazón a quienes ya no están, pero que se fueron sabiendo lo que era el cariño, la tranquilidad y una vida libre de sufrimiento. A todos ellos, les agradecemos habernos permitido acompañarles en sus últimos años. Su memoria sigue viva en cada rincón del santuario.

A continuación, te presentamos a algunos de nuestros queridos residentes. Son solo una pequeña muestra de todas las vidas que han pasado, y siguen pasando, por este santuario que late al ritmo de la empatía.

Taques, nuestra hermosa veterana

A Taques la encontraron siendo una potra de apenas tres o cuatro años, deambulando por Besalú.

Fue rescatada por Leonor de ADE, y por aquel entonces Laia, que colaboraba como voluntaria en rescates, visitas de reconocimiento y seguimientos de caballos maltratados, se enamoró de ella al instante.

En el refugio de ADE, Taques no dejaba de hacer trastadas: rompía instalaciones, se escapaba a otros paddocks para molestar a sus compañeros… ¡era pura energía y descaro!

Justo coincidió con el inicio de Món La Bassa, cuando Laia acababa de instalarse en la masía. Leonor le pidió entonces si podía llevarse a aquella potra traviesa, y así fue como Taques llegó a La Bassa. Aquí siguió con sus travesuras. Al principio vivía en el jardín interior de la masía junto a Zar, Pati y la propia Laia. Como si fuese el mismísimo Pequeño Tío, se colaba en la cocina para robar fruta de la encimera.

Hoy, nuestra hermosa Taques es ya una veterana. La vida le trajo una enfermedad degenerativa en los ojos que la ha dejado ciega. De ser líder de la manada pasó a necesitar de algún compañero equino que la guíe en su día a día. Pero por suerte está rodeada de respeto y cuidados, y sigue siendo una parte imprescindible de nuestra familia.

Pedro: el pequeño milagro que venció al abandono

A veces, la vida se abre camino incluso en medio del dolor más profundo.

La historia de Pedro comienza en un bosque, donde una oveja herida yacía sola, con las patas rotas y sin nadie que la auxiliara. Su pastor la había abandonado a su suerte. Pero el azar —o quizás algo más fuerte— quiso que una familia pasara por allí justo a tiempo. Ellos no miraron hacia otro lado. Recogieron a la madre y la llevaron a casa. Al poco de llegar, descubrieron que no estaba sola: comenzaba a parir. Estaba embarazada y, entre cuidados improvisados y mucha emoción, nació Pedro.
Ambos fueron llevados al veterinario. Por desgracia, la madre no logró sobrevivir. Pero Pedro, diminuto y frágil, seguía luchando.

Durante un mes entero, aquella familia volcó todo su amor en él. Consiguieron calostro de unos vecinos, prepararon biberones y velaron por su vida día tras día. Gracias a ellos, Pedro pudo superar sus primeras semanas, las más críticas para un bebé sin madre.

Con el tiempo comprendieron que su hogar no era el lugar adecuado para que un cordero creciera y viviera feliz.

Nos pidieron ayuda, y así fue como Pedro llegó a nuestro refugio.

Aquí encontró su sitio: un espacio donde pastar, jugar, recibir mimos y compartir la vida con otros animales rescatados como él. Un hogar donde el abandono ya no tiene cabida, y donde su historia, aunque marcada por la pérdida, es también una historia de amor, entrega y esperanza.

Pedro vivirá aquí, a salvo y querido, el resto de su vida. Como siempre debió ser.

Nuestro Kiwi

Un día cualquiera en el refugio, mientras realizábamos las tareas habituales, empezamos a escuchar unos ruiditos muy suaves cerca de los anexos. No sabíamos de dónde venían exactamente, pero intuíamos que no eran sonidos del viento ni de los árboles.
Nos pusimos a buscar entre rincones, matorrales y zonas de paso… hasta que apareció.

Allí, escondido entre la maleza, estaba él: diminuto, frágil, con los ojitos bien abiertos, como pidiendo ayuda. Era tan pequeño que nos
recordó a un kiwi, esa fruta redondita y peluda, y así nació su nombre: Kiwi.
Alguien lo había dejado allí, en medio del campo, completamente solo. Tal vez con la intención de que nunca fuera encontrado. Pero aquel día la suerte estuvo de su lado. O quizás fue él quien nos encontró a nosotros.
Lo envolvimos en mantas, le dimos calor, alimento y, sobre todo, amor. Muy pronto nos dimos cuenta de que algo no iba bien: su manera de caminar no era normal. Se desplazaba ladeado, con esfuerzo, como si su cuerpecito no respondiera del todo.
Tras varias visitas veterinarias llegó el diagnóstico: Kiwi tiene parálisis en las patas traseras. Nunca sabremos si nació así o si fue consecuencia de un atropello del que nadie se hizo cargo. Lo que sí sabemos es que eso no le impide disfrutar de la vida.

Desde entonces, Kiwi es uno de los más mimados del refugio. Tiene su espacio, su rutina de cuidados y una
habilidad especial para detectar cuándo alguien aparece con pizza, su manjar favorito. Porque aunque camine
diferente, cuando huele ese olor irresistible, corre a su manera para no perdérselo.

Kiwi es un recordatorio de por qué existe Món La Bassa: porque cada vida importa, porque nadie merece ser
abandonado y porque cuidar de quienes más lo necesitan es un acto de justicia. Él no necesita compasión:
necesita respeto, amor y dignidad. Y aquí, en su hogar, lo tiene todo.

Cada uno de estos habitantes, junto con muchos otros, conforma la esencia de Món La Bassa. Sus historias de superación y su capacidad de amar sin reservas nos inspiran diariamente a seguir trabajando por un mundo más compasivo y justo para todos los seres.

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¡Gracias por ser parte de esta familia y por ayudarnos a escribir nuevas historias de esperanza y amor!